Estos dos dias los medios se han rellenado de elogios al reciente muerto Santiago Carrillo que merece nuestro respeto y pésame a su familia, como cualquier otro difunto.
Y en el recuerdo es preciso recordar las responsabilidades que ha tenido en el mundo que nos deja y acaba de abandonar. No ya las de la guerra, en ella que pudo hacer como otros barbaridades sobre las que seguro hay mucho por escribir, sino en la llamada Transicion Política en la que precisamente se le elogia.
Algunos exmilitantes del PCE tienen sin embargo un mal recuerdo de lo que hizo con su propio partido.
Le acusan de haberlo hundido. Otros, desde el espectro opuesto, le agradecen abiertamente haberlo hecho. Parece una lucha ideológica, pero no lo es.
Su muerte se ha hecho con honores reales, no puede estar mas agradecida la monarquía porque Carrillo cuando entró clandestinamente por la frontera se le suponía republicano y partidario del cambio social y sin embargo ya en sus primeros mítines lució la bandera de la monarquía quitando definitivamente después la republicana.
Utilizó al PCE en la única organización real del movimiento obrero Comisiones Obreras para detener el proceso de ascenso social y cerrar el proceso de transición por la via del compromiso con el régimen y no la via rupturísta que gran parte del movimiento social reclamaba.
Recuerdo como en algunas manifestaciones nos acallaban a voces o incluso nos echaban a golpes, por defender ideas rupturistas con el régimen. El estalinismo no fue un fenómeno solo de la URSS.
Su apuesta se tradujo en una fuerte relación con Adolfo Suarez para la redacción de la actual constitución.
En nuestra constitución el Rey asume poderes que en otros paises solo tiene el parlamento. Sin embargo, quienes somos la base de la democracia, el pueblo, quedamos excluidos de cualquier posibilidad de incidir en el sistema político. Referendums o iniciativas legislativas populares están excluidos de los temas de fondo y ni siquiera son de obligado cumplimiento.
El pueblo, en las elecciones de 1982, mayoritariamente de izquierdas, evaluó definitivamente a los partidos que supuestamente les representaban dando la victoria a un PSOE ausente durante la dictadura con 202 diputados y castigando al PCE de Carrillo con solo 4.
Carrillo dimitió como secretario general y fue en 1985 fue expulsado de su partido. El «viejo camarada», recordémoslo, ha muerto tras llevar al PSOE a los miembros del Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista que el mismo creó.
Esta es su herencia, el problema que debemos resolver para acabar con la inmunidad y corrupción de la casta política.
Si la muerte de Carrillo tiene algún sentido, mas allá de lo humano, es el aviso de que ha muerto también el sistema político que contribuyó a construir contra sus supuestas convicciones.
En la llamada transición política nos quitaron una oportunidad de asumir nuestro futuro entregandole a expertos una redacción hecha a medida de quienes hoy nos gobiernan.
La constitución es letra muerta, no nos representa, aunque se hayan volcado todos en el homenaje/publicidad de lo que ayudó a construir Santiago Carrillo.
Abramos un proceso constituyente para definir el nuevo marco político y organización social que precisamos para salir de esta crisis asumiendo nuestro futuro sobre una base de valores nuevos, garantizados en carta magna.