Hace unos dias pasee por el que fuera mi pueblo, de todos los que he tenido, el mejor. Bajé como otras veces desde la estación, un recorrido mas corto y calles mas pequeñas que las que había en mi memoria.
La estación cubierta ahora por cemento en sus paredes conservaba para mi su ladrillo rojo y diseño modernista, Sus vacíos andenes dejaban ver al otro lado el depósito de máquinas abandonado, el polvoriento camino del economato, la subestación del tendido eléctrico y las viviendas de los empleados afortunadamente en proceso de restauración.
El bar de la esquina en la cuesta y junto al paso a nivel bullía antes de vida, llegabamos ahi cansados con las maletas para cada viaje y en el reposo veíamos los juegos, las risas, la radio…
Por el camino no encontré los cines donde por 10 pesetas veíamos dos películas con derecho a comer pipas; si estaba la bodega de la esquina de la carretera a García y mas abajo la Fonda Barcelona cuyo cartel había que leer al volver del colegio para no perderme en la vuelta a casa. Me pareció angosta y corta mi calle, ya no tenía los altavoces del pregón, aquellos que sonaban como el Nodo.
Me llegué hasta la esquina de la casa donde viví, allí donde se acababa el asfalto dejándonos a los chavales hacer balsas con las lluvias de septiembre. Había cambiado mucho, pero seguian estando aquellos escalones, anchos primero, angostos despues y que tantas veces bajé medio despierto medio dormido y también en sueños. Todo había cambiado mucho, pero en la segunda planta estaba en la puerta aún la mirilla troquelada por la que mirabamos a ver quien era la visita. Aguantó mas que los cuatro balcones que dicen se cayeron.
De la Fonda Barcelona al torrente que cruzaba el pueblo hay muy poco, menos que antes. También se achicó la calle donde aparcaba el autobús del instituto de Mora d’Ebre, ahora incluso con el torrente cubierto me pareció mas pequeño y las pendientes por donde tanta agua corría en el otoño, menos profundas.
Mi pueblo, Mora la Nova, era un pueblo de casas blancas, de dos plantas, ahora se volvió colorido, mas moderno, solo la pastelería, junto al puente del torrente, parece haberse quedado atrás; cuan admirado fue su escaparate, refugio de maravillas, salían todos sonrientes con su paquete en la mano.
Entrando por la calle enfrente de una carnicería con el apellido de una amiga se encontraba la sala de billares, donde casi todos los domingos hacíamos unos futbolines y ya aspirando a mayores una tapa de callos. Es ahora la sede de un partido político, algo que no teníamos entonces.
Así llegué a la que ha sido siempre mi calle a pesar de no haber vivido nunca allí, estaban mis mejores amigas y amigos allí, pasaba muchos ratos, acompañaba, la cruzaba, era como el periódico de entonces para saber que iba a hacer. Es quizás lo que menos ha cambiado porque en los pocos ratos que tuve para poder ir a mi pueblo fue siempre lo que vi y creció conmigo, no como el resto de sus casas o calles.
Entrar en ella fue como destapar un frasco de aromas, aquellos que me invaden cuando abro mi caja de recuerdos, una caja de cartón rellena de viejas cartas y fotos en blanco i negro. Cada paso por ella son como los segundos que paso aguantando ante mis una vieja foto, una carta que pierde ya sus tintas.
Volviendo a la calle mayor llegamos hasta la plaza desde la que se llega al puente de viejo y Mora d’Ebre, de allí al local de la antigua «OJE» un minuto. Hoy luce un cartel de Ateneo y Casal cultural donde estaba el viejo teatro. Y en la vieja «OJE», donde estudiamos cuando reformaron los colegios, organizamos la primera discoteca para jovencitos de Mora, nos dejaron hacer en una sala pequeña… y con cartones de docena de huevos pintados acolchamos las paredes, pusimos focos, y tuvimos una perfecta discoteca con destellos, musica actual y baile, rock, apretado… de todo. Pronto se quedó tan pequeño que nos dejaron la sala mas grande que también acabó abarrotada. Teniamos la mayoría 14 años y todo se nos quedaba pequeño.
Me contaron que con los años pasa eso de las dimensiones, lo ves diferente, pero no me contaron nada de como lo sientes, y siento que cuando se recuperan los recuerdos, viendo el presente de lo que fue, renacen como un aliento fresco, invasivo, bravo aquellos valores de la juventud que no se han ido con los años, sino que se muestran con todo su perfil y fragancias.
A mis amig@s de Mora la Nova
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