El obrerismo que tiñe la transversalidad política

Hace ya un tiempo, quizás desde que salió a la escena Podemos, que el mensaje transversal del 15M ha ido siendo sustituido en algunos foros por uno mas añejo que podríamos resumir como «obrerista» en el que se supone da soluciones para el conjunto de la situación social ya que la mayoría de la sociedad serían obreros.
Los portadores del mensaje lo han asumido «a pié juntillas» junto al resto de concepciones que definen un difuso inconcreto que se resume habitualmente como «izquierda». La asunción tan rápida de los conceptos tiene que ver con una visión de oposición y cambio ya hecha que se puede poner en juego sin necesidad de estudios muy enjundiosos, es fácil de asumir porque juega bien en los juegos de competencia, «clase contra clase» que forman parte de un conocimiento común en la sociedad por el que se nos enseña desde muy pequeños a competir.

En el marxismo, han coexistido durante muchos años dos visiones de «clase obrera», una objetiva y otra subjetiva.

En su época K. Marx vió nacer a la clase obrera en Francia y Gran Bretaña. De esta experiencia y de sus estudios filosóficos extrajo la conclusión de que la sociedad capitalista sería superada de forma consciente a diferencia de otras épocas en las que una minoría social se adueñaba del poder social por la ignorancia de la inmensa mayoría de la sociedad. En sus estudios filosóficos tiene una visión totalmente subjetiva del sujeto del cambio social.
La naciente clase obrera se apoyaba en dos hechos bien diferentes: la igualdad o similar condición social de los obreros como consecuencia de la venta de su fuerza de trabajo por un salario y el surgimiento de una conciencia social de estos cuyo fin era defender sus derechos y superar las condiciones sociales que los subyugaban. La movilización y compartir unos mismos espacios, las fábricas, les ayudó a organizarse surgiendo sindicatos y organizaciones políticas que se declaraban obreras.
Esas tradiciones y organizaciones han perdurado hasta los años 50 del siglo XX por haber persistido tanto las condiciones materiales como las estructurales que permitían recrearse la conciencia de clase.
Cuando hoy apelamos a dicho legado hacemos mas un llamado al pasado que a nuestra realidad ya que nuestra sociedad no está compuesta mayoritariamente de obreros en el sentido estructural. No trabajamos en centros fabriles y nuestras condiciones de trabajo son tan dispares que diluyen la sociedad mas que la aglutinan. Son las consecuencias del peso del sector terciario abreviado comunmente como «oficinas».
Se ha hecho en numerosas ocasiones la discusión objetivista de que al ser asalariados en su inmensa mayoría serían obreros como los obreros industriales. Objetivamente es así, da igual un salario en una oficina que en una factoría, pero precisamente por su simple igualdad no ayuda a entender porque se genera un pensamiento distinto al de la época nativa del marxismo y el anarquísmo… por las condiciones de trabajo tan distintas.
Si en el siglo XIX la igualdad de condiciones aglutinaba a los obreros alrededor de su experiencia vital precisamente debe suceder que la diferencia dispersa a los asalariados haciendo muy dificil que compartan una conciencia común que les identificaría de forma consciente como clase social.
Sin embargo han llegado hasta hoy día organizaciones que se siguen reclamando de esta conciencia de clase social pero que desgraciadamente no han servido para mantener esta conciencia sino para dispersarla. Si hay enterradores de estas tradiciones los mas importantes son los grandes sindicatos que durante años han contribuido a la dispersión y firmado sucesivas concesiones que han debilitado a los trabajadores ante los cambios objetivos en la organización del trabajo.
No es ninguna casualidad que los sindicatos tengan fuerza en Francia para mantener el pulso al gobierno de Hollande ante la reforma laboral y que aquí esta misma reforma se haya aprobado y aplicado con tan poca oposición social.
Con una estructura productiva tan difusa el crecimiento del sector terciario y la destrucción de las organizaciones que transmitian esa conciencia por actuar contra sus propios intereses es comprensible que la clase obrera esté ausente de nuestro panorama político. No nos engañemos, como clase para si, como sujeto consciente la clase obrera en España no existe por mucho que haya millones de asalariados.
Otros hechos han contribuido a una derrota conceptual del obrerismo con la caída de los países del este por ser los únicos casos en los que se suponían una victoria obrera. El espatajo y desastre que descubrió su caida borró ideológicamente elementos claves de las concepciones políticas que podrían resistir a los cambios estructurales. Cualquiera defendía una identidad ideológica cuyas bases materiales desaparecían con tan horrendos ejemplos.
Todo esto sucedía en nuestro país cuando la inmensa mayoría de la sociedad vivía atontada por el estado del bienestar y el dinero facil de la burbuja inmobiliaria. Crear organizaciones capaces de dar un cuerpo orgánico a los asalariados y alternativas políticas que no reprodujeran el fracaso del mal llamado socialismo real no era nada facil cuando nadie movía un dedo y se aceptaba la corrupción y los limites constitucionales como males menores de un supuesto bien del que pocos eran excluidos.
Una de las razones de que hayamos tenido 15M es la debilidad de las organizaciones sociales y partidos políticos «obreristas» que anclados en el pasado no supieron responder con su viejo mensaje a los cambios objetivos de la sociedad y a unos anhelos políticos que nadie hacía suyos.
El surgimiento del 15M trajo una oportunidad a la sociedad, mayoritariamente asalariada, de crear un intelecto común, una conciencia nueva de su realidad que le permitiera actuar conscientemente, como dijera Marx, para cambiar su realidad sin filtros ideológicos que la deformaran. La transversalidad llegando a todos los sectores de la sociedad demostró su capacidad para impregnar al 90% de la sociedad.
Lo que no hizo el 15M fue crear las organizaciones necesarias para asentar una nueva cultura y praxis política, sin ellas no es posible la «conciencia para sí» que pretendían las organizaciones obreristas. Nos quedamos en puertas, nunca llegamos a crear un programa común como en el pasado crearon las organizaciones obreristas cuando consiguieron las 8 horas de jornada o el seguro sanitario u otras conquistas que le hicieron palpar su propia fuerza.

El 15M hizo muy bien en dejar el mensaje obrerista que nació hacía dos siglos porque no se corresponde con la estructura de nuestras sociedades, porque siendo la inmensa mayoría de la sociedad los asalariados y pudiendo crear una conciencia común por encima de las estructuras productivas que nos dispersan no tenía sentido agarrarse a un modelo político que excluia a la mayoría de la sociedad y la enfrentaba inutilmente.

Al no concretarse esta oportunidad la sociedad está volviendo al redil. Los mas activos conscientes y formados huyen a otras latitudes, aquí han sido excluidos y nadie les va a defender. Quienes quedan son conscientes de su «ser a extinguir», pensionistas, jubilados, mujeres, dependientes… son menguados y machacados sistemáticamente por el poder. Los trabajadores asalariado son exclavizados por condiciones cada vez mas inhumanas, poco tiempo libre, margenes adquisitivos de hambre, exclusión de la cultura o directamente atontamiento (ley Wert) y monopolio de los canales de comunicación que reducen a un geto a quienes se alimentan solo de la red. Sobrervivir incluye el riesgo de adaptarse a unas condiciones inhumanas porque sobrevivir es llegar al día siguiente y cuando no hay márgen invertir en futuro es muy arriesgado. Es la condena del precariado que nos lleva a un mundo mas y mas inhumano que nada tiene que ver con los obreros de hace dos siglos.