Nota autores: Este texto se escribió para la revista Vacarme, a petición de Isabelle Saint-Saens, amiga francesa que quería que le contásemos qué había pasado en las plazas del 15-m, cuál era el secreto de la potencia del movimiento.
Querida Isabelle,
Nos pides que te hablemos de lo que ha sucedido en España desde el 15-M, para poder hacérselo llegar a tus amigos, a tus compañeros, de París, de Francia. Vamos a intentarlo. Imposible hacerte una narración exhaustiva: los acontecimientos se suceden desde entonces a una velocidad inaudita. Por otro lado, la red está plagada de hermosos relatos vivos, escritos a ras de calle. Esta revolución no es de las que tienen una sola voz, como ya ninguna podrá serlo, a menos que logren, como pretenden, poner vallas y alambradas a la red de redes.
En esta carta, queremos ante todo nombrar lo nuevo alumbrado, aquello que pelea por existir frente a las formas viejas que aún persisten por todas partes. Todo empezó con la toma de las plazas, repitiendo ese gesto egipcio en Tahrir del que no sabíamos gran cosa. Muchos hablan de aquel momento como de un despertar. La palabra rechina en los oídos de la mente crítica: ¿despertar de las conciencias? ¿Acaso se cree entonces en estadios evolutivos de la conciencia, donde hay conciencias por encima de otras, porque “han despertado”, “han visto lo que había que ver”? No. No porque ese despertar, sentido, inscrito en una placa en la plaza del Sol que más tarde se convertiría en símbolo [*], era despertar del cuerpo colectivo: de golpe, de un día para otro, percatarse de la potencia de lo que podemos juntos. Antes de las plazas, ya sabíamos que los gobernantes nos estafaban, que estábamos siendo tratados como mercancías, que primaban los intereses financieros por encima de todo lo demás, pero nos sentíamos solos, impotentes, nada se podía hacer. A través de las redes sociales, nos intuíamos, compartíamos con otros, empezábamos a conspirar: ¡pero todo parecía tan etéreo! Con las plazas descubrimos que éramos muchos, tangibles, de carne y hueso, y que juntos podíamos mucho: por ejemplo, construir una ciudad democrática en medio de la ciudad corrupta. Lo que sucedió era tan mágico y poderoso que enseguida hubo la intuición de que había que darlo todo por sostenerlo -por sostener las condiciones de posibilidad de aquel acontecimiento: ¿qué era lo que nos había permitido ser tantos, qué había desatado la generosidad y la disponibilidad colectiva de aquella manera? Siguiendo esta intuición casi instantánea nacieron formas de hacer que rompen con muchas formas de la política que antes conocíamos.
[*] La mañana del 12 de junio se levantaba la acampada de Sol, dejando un punto de información del movimiento. Esa misma mañana, apareció una placa en piedra bajo la estatua ecuestre de Carlos III en la que se podía leer: “Dormíamos, despertamos. Plaza tomada”. El martes 2 de agosto, la policía, aprovechando el descanso vacacional, desaloja InfoSol y retira la placa. Tres días más tarde la plaza sería recuperada e InfoSol reactivado.
En primer lugar, con su concepción militar a partir de la línea amigo/enemigo. La plaza se toma, pero no para cerrarla militarmente, como la Bastilla, sino para abrirla a todos: para hacer de una plaza privatizada una plaza realmente pública. No existe, pues, un afuera del que defenderse, pues la plaza se teje en el entrar y salir de gentes que llegan a aportar su saber-hacer, su tiempo, sus energías, sus cosas. La plaza se convierte, así, en un punto de intensidad máxima de la cooperación dentro de la ciudad y su adentro vive para y con su afuera. Desde ahí, la inclusividad se convierte en una palabra clave. Se trata, ante todo, de sumar a todos, de componerse con cualquiera, de que cada cual pueda encontrar su lugar. Por eso, palabras como compañero, que suelen delimitar una línea entre los nuestros y el resto, entre los convencidos y la sociedad, suenan extrañas a los oídos de este movimiento. Por eso también, la política, la política nueva nacida en las plazas tomadas, ya no consiste en vencer al adversario, ni siquiera, en ganar la batalla de ideas, en con-vencerle, sino en abrirse al pensamiento colectivo: aprender a escuchar lo que cada aportación singular puede regalar al común, al conjunto, aprender a desprenderse de uno mismo, de los bártulos y equipajes que uno lleva consigo, aprender a devenir con otros. En las primeras semanas, se desarrolla casi una paciencia zen en la toma de decisiones, donde la decisión colectiva no es el resultado de la batalla por construir mayorías a partir de grupos con ideas ya hechas, sino un proceso de delicado torneado del consenso, un consenso capaz de recoger la voluntad común y a la vez de incluir hasta la posición más singular. Puede parecer naif pero impera la certeza de que sólo así podremos seguir siendo muchos y que sólo siendo muchos y múltiples podremos sostener el acontecimiento que se ha inaugurado, la apertura de lo que es posible en la medida en que muchos estamos explorando ya otras posibilidades en las plazas (de ciudad, de protesta, de vida en común).
Surge también, sin premeditación ni reflexión más que a posteriori, una capacidad para eludir las trampas de la maquinaria de interpretación dicotómica, dispuesta para capturar, reducir y anular la fuerza de lo múltiple. Lo que está concebido para dividir, se expulsa de forma ingeniosa. Cuando, muy temprano, se pone a prueba el movimiento naciente retando a posicionarse en la izquierda o la derecha, el radical o el reformista, el violento o el pacífico, se responde sin fisuras: “no somos antisistema, el sistema es antinosotros”. La misma habilidad se demuestra más tarde, cuando, ya desmontada la acampada por decisión colectiva, el Gobierno nos desafía de nuevo, atacando en el plano simbólico, poniendo la plaza (aún tomada por un punto de información y por reuniones y asambleas) en el centro de la batalla. El lugar es desalojado por la policía y barrido por los servicios de limpieza municipales. La plaza, nuestra plaza, la de todos, es arrasada, eliminando hasta el más mínimo rastro de lo que se vivió allí, incluyendo obras artísticas colectivas, el punto de información o la pequeña placa metálica al pie de la estatua. Las flores habituales de los parterres son arrancadas y solo queda la tierra yerma. Todo obedece a un plan trazado que busca escenificar una plaza desolada y militarizada con un fuerte dispositivo policial que impide el acceso a toda persona. Se cierran las bocas de metro y se obstaculiza el paso del transporte público. Esta situación surrealista, con el centro de actividad comercial y turístico más emblemático de la ciudad colapsado, se prolonga tres días. Es una manera de incomodar a la población, señalando al movimiento como el responsable, pero sobre todo es una incitación clara al enfrentamiento directo. En una conversación cordial entre un amigo del movimiento y un antidisturbio, el antidistubio afirma sin inmutarse: “al final estallará la chispa, alguien se pondrá violento y nosotros tendremos que cargar. Siempre es así, es sólo cuestión de tiempo”. Sin embargo, su plan fracasa: no nos dejamos hipnotizar por su lógica de guerra. En vez de quedarnos atorados frente a las líneas de policía, intentando retomar frontalmente la plaza, tomamos las calles colindantes, tomamos otras plazas, derivamos por todo el centro de la ciudad, multiplicamos las asambleas, señalando al mismo tiempo el absurdo de su apuesta: el centro de la ciudad paralizado y vaciado contra el ataque de un enemigo que no se presenta. Después de tres días, las autoridades desisten, la policía abandona la plaza y volvemos a tomarla, como el 15 de mayo, para hacerla de todos. Contra las dicotomías, contra la lógica de enfrentamiento, potencia de indefinición del movimiento.
A su vez, en la medida en que las plazas, en el momento en que se toman, ya no son símbolo de una forma de gobierno que nos machaca, sino creación del mundo que alumbramos juntos, en la medida en que no son sólo nuestras, de los que contingentemente estamos en este momento en ellas, sino de todos y cada uno, se impone un cuidado extremo: de la limpieza, de la disposición de las cosas para que las personas puedan circular sin problemas, de las señales para orientarse en la compleja arquitectura naciente… una especie de civismo radicalizado, nacido de abajo, por los innumerables gestos de muchos. El respeto se convierte en otra palabra clave: no un servicio de orden, sino un grupo que recoge y transmite maneras de hacer para la convivencia de todos. Para que la plaza se sostenga es crucial que nos respetemos y nos cuidemos entre nosotros pero también cada cuál a sí mismo. Y, luego, cuando las acampadas se levantan, para sostener los espacios comunes: las manifestaciones, las asambleas, los talleres, las acciones… “Respeto se disuelve porque ahora respeto somos todos”, declara uno de los jovencísimos chicos de la Comisión de Respeto cuando la acampada de Sol se levanta. Respeto es el nombre de la micropolítica del movimiento.
No nos representan es otro de los gritos más repetidos en las plazas. Y es que el movimiento, si de algo es hijo, es de la crisis radical de la representación que, iniciada ya en los años ’70 con el estallido de las expresiones subjetivas singulares, alcanza hoy a todo lo organizado. La desafiliación política es profunda. Desde los grandes partidos y sindicatos hasta las pequeñas asociaciones y ONGs son identificados por la mayor parte de la gente (esa multiciplicidad que constituye la sociedad) como un “chiringuito” que si representa algo es exclusivamente intereses particulares. Si la manifestación del 15-M triunfa y, luego, la toma de las plazas es porque está claro que proceden de “personas cualquiera” y no de ninguna identidad organizada. Sí, éste o aquel “amigo del movimiento” (¿cómo nombrar la participación si no en un movimiento que se construye por filiación contagiosa, más que por afiliación orgánica?) pueden comulgar con este sindicato o formar parte de aquel grupo, pero eso se deja de lado, al igual que las siglas y las banderas, como signos divisorios. Devenir cualquiera, estar allí para aportar a lo de todos, es la única manera de estar en las plazas. Y, en ellas, se imponen desde el primer momento las portavocías rotativas; los nombres propios sólo aparecen en la medida en que son nombres de cualquiera; a los grupos identificables sólo se les reconoce en tanto que contribuyen y no patrimonializan, y siempre con cierto recelo.
Por supuesto, lo nuevo nunca surge de la nada. Todo acontecimiento (y la toma de las plazas no es sino un acontecimiento que ha reconfigurado el mapa de los posibles, abriendo una grieta en la identificación entre realidad y capitalismo) retoma ciertos elementos de lo ya existente y los lanza en el umbral del tiempo. En el caso de las plazas tomadas de Madrid, Barcelona, Valencia y tantas otras ciudades del Estado español, lo que se retoma va desde las redes sociales hasta el know-how de los hackers, desde ciertas maneras y símbolos del movimiento antiglobalización hasta el saber hacer de educadores y trabajadores de calle, desde las autoconvocatorias del No a la guerra, V de Vivienda y el 13-M hasta la autoempresarialidad del trabajo autónomo… activistas y pensadores se han apresurado a declarar como propio éste o aquel ingrediente del movimiento, cuando ese mismo tic patrimonialista es ajeno al nuevo sentir antiidentitario del 15-M. Es importante reconocer aquello que, en el pasado, ha servido de caldo de cultivo del acontecimiento que vivimos, pero tanto o más importante es ver cómo ese acontecimiento resignifica y otorga una nueva potencia a esos antiguos elementos.
Insistimos en lo nuevo, pero no hay duda de que lo nuevo es aún balbuceante: lo viejo pervive reivindicando su derecho de existencia, su legitimidad heredada, y lo nuevo da miedo porque desorienta. Como bien sabes, las plazas se levantaron, y el movimiento siguió proliferando en barrios, asambleas, comisiones y grupos de trabajo, intentando llevar la potencia descubierta a tantos y tantos lugares, inventando formas organizativas y maneras de acción, parando desahucios y redadas racistas. Pero el verano supuso una dura prueba, donde reaparecieron muchos elementos de la vieja política: las dicotomías violencia/noviolencia, las siglas, los bandos… Difícil explicar los motivos en esta breve carta. Lo cierto es que a finales de mes y entrando septiembre el espacio parecía copado por discursos y maneras a caballo ente el pre y el pos 15M. Y es entonces cuando el gobierno de Zapatero lanza la Reforma constitucional que impone el recorte drástico del déficit público y prioriza el pago de los intereses de la deuda pública por encima de todo lo demás. El movimiento, bajo mínimos, articula una respuesta rápida desde las asambleas de calle, que no obtiene su correlato esperado en las redes sociales y mucho menos en las convocatorias demostrativas frente al Congreso. La escasa afluencia a las últimas manifestaciones convocadas de forma conjunta por sindicatos, organizaciones sociales clásicas y el 15M hacen pensar que el grito de “no nos representan” se dirige tanto al exterior como al interior del movimiento. Es como si, cuando no somos fieles a nuestra política de multiplicidad, nos desarmáramos. La totalidad cerrada no es nuestro terreno. Incluso insistimos en nombrar a un enemigo múltiple como “los mercados financieros” y no tanto a una totalidad como “el Capital”, otro indicio de una manera distinta de hacer política.
Cuando la acampada de Sol se levantó, durante la fiesta que se organizó, todo el mundo hablaba de cómo hacer Sol más allá de Sol. Hoy se nos presenta un escenario incierto. La prensa económica anuncia previsibles derrumbes financieros, la derecha de Rajoy, según todas las previsiones ganadora de las elecciones del 20N, promete más ofensiva privatizadora y mano dura contra la rebelión. Si la inclusividad, el pensamiento colectivo, la apuesta por lo múltiple contra lo dicotómico y contra las identidades fijas, el respeto y la irrepresentabilidad son algunos de los elementos que hicieron Sol posible, ¿cómo prolongarlos y reinventarlos en el oscuro panorama que se abre, ahora que la plaza tomada ha implosionado por la ciudad? ¿Cómo afirmar la potencia de lo nuevo frente a dinámicas viejas que lo saben ya todo porque llevan en la lucha mucho tiempo (dinámicas impotentes, pero longevas)? Dejando de lado los reflejos del pasado ¿seremos capaces de organizarnos para enfrentar de manera efectiva lo que se nos viene? ¿Cómo funciona la organización de lo múltiple? ¿Debemos aceptar que no es más que una coordinación puntual y difusa de singularidades o tal vez se trata de instituciones mutantes y nómadas, inaprensibles? ¿Cómo funciona un enjambre sin reina? Imposible saber lo que vendrá, pero Sol nos ha enseñado a saber que, si nos arriesgamos, merecerá la pena.
Desde las calles tomadas, con cariño,
Cuji & Fatimatta
(Mucho de lo que aquí contamos está inspirado en los programas de radio que hemos realizado desde OndaPrecaria.net, en particular con amigos del movimiento construyendo un abecedario sonoro del 15-M. Gracias a todos ellos)